sábado, 1 de septiembre de 2007

Asombros de la tierra de los yolujas

EPEYÜI

Diversos relatos recogidos por Miguel Angel Jusayú y Ramón Paz Ipuana hacen referencia a estos seres, especie de tigre o jaguar que tienen la capacidad de antropomorfizarse o zoomorfizarse según la necesidad. Puede aparecer a las personas afortunadas o bien dotadas físicamente. En el mito de Tumájule y Peeliyuu (mellizos Maleiwa) se cuenta de unos Epeyüis que perseguían a los mellizos cuando se convirtieron en viento y quedaron en el aire, flotando como aliento de Wanülü. Según la leyenda de Kulami´a son hijos de Chama. Entre los Desana, el Payé (brujo curandero) se convierte en tigre para atacar a los hombres de un clan enemigo, asusta a los impúberes con su cola o rabo.


GLOSARIO

CARI CARI: Ave rapaz, halcón. (Cara cara plancus)

WANüLü: Ente maligno que personifica las fuerzas destructivas y negativas. Se asocia a las enfermedades y al demonio. En varias leyendas se antropomorfiza como un wayuú de elegante apariencia que monta a caballo.

WASHIR: Wayuú acaudalado

WUSHI: Guayuco. Faja que cubre las partes pudendas. Taparrabo.

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¡Eah Waira! he aquí los que les voy a contar, mi palabra es verdadera y mi memoria fiel, escuchen lo que les digo. Tanto misterio hay en estas tierras, tantas historias puedo contarles, pero en Winpomüin suceden hechos increíbles.

¿Si ven aquel cerro? Es el cerro Pou´utta, dicen que allí vive Maleiwa, cerca de allí vivió Kaitü. Eso fue hace mucho tiempo. Era hijo de una wayuú que tuvo amoríos con un marinero del otro lado del mar, por eso Kaitü se hacía notar entre los wayuú, sus ojos y el color de su piel lo hacían atractivo para las doncellas, era el toro mas asediado de estos corrales.

Pero eso no era su única gracia, era, además, un hábil cazador y jinete adiestrado en las mas rudas tareas de campo. Gozó de amores tiernos, de caricias fugaces y enredos esporádicos pues complacía deseos pero no conocía el amor. Ninguna de las majayu’ulü que había conocido le hizo sentir el fuego de la pasión y el abrazo de lo idílico. Fue entonces que conoció a Coromoto, la princesa de Kajaitüle, moza de augustos modales y donaire señorial, hija de un washir que se vino a estas tierras huyendo a una guerra de clanes en Sinamaica.

Mi palabra es verdadera y mi memoria fiel. Por eso les digo que supe que esa doncella cautivó al joven diestro y apuesto .No evadió motivos para cortejarla y hacerle saber que el escozor del amor picaba su corazón. Ella parecía ceder a los atributos físicos y morales del Kaitü. Pero la obediencia y el recato propio de su linaje y crianza la mantuvieron en la discreción y la castidad

¡Eah waira! ¿Qué pasó entonces? Se apareció un wayuú que nadie supo jamás su origen, parecía un washir por sus atuendos y su cabalgadura. Su nombre era Malinot, nombre por demás extraño, ya que evocaba los antros de Wanülü.

El extraño viajero se hizo amigo del cacique de Kajaitüle. Se pasaba días enteros en las apacibles enramadas disfrutando de las atenciones del anfitrión, proponiendo negocios y sin desaprovechar oportunidad para cortejar a Coromoto. Pudo su palabra convincente y su sonrisa ufana conquistar al padre, más no a la hija, que agitaba en los más tiernos recodos de su corazón, una naciente pasión por Kaitü.

Sepan ustedes, por la seriedad de mis palabras, que hubo necesidad de reunir a los tíos maternos de la princesa, pues ella rehusaba casarse con Malinot y Kaitü ya la solicitaba para desposarla. Fue el mismo Malinot quien propuso la manera de dirimir tal incertidumbre. Retó al joven Kaitü a medir sus destrezas en varias competencias, quien ganara tres de estas justas sería el esposo de la beldad wayuú. Lo dramático de la definición empujó a los tíos de Coromoto a aceptar tal propuesta.

¡Échame un trago waré, así revive mi memoria... ahh! Les sigo contando, mi memoria fiel está latente. Cuentan que se fijaron las competencias, la primera fue la caza. Un cari cari debía ser puesto a los pies de la princesa al nuevo amanecer. Los contrincantes partieron separados hacia los cerros. Apenas galopó unas leguas Kaitü se encontró con una anciana que trataba de infructuosamente de sacar agua de un jagüey. Kaitü favoreció a la enteca anciana quien en compensación le regaló unos melones para el camino.

El cazador no esperó mucho para disfrutar el melón, lo paladeó mientras su ojo inquieto hurgaba entre los árboles en busca del cari cari. Entonces comenzó a sentir sueño. Luchaba por mantener sus párpados abiertos, pero sus piernas cedían. Fue cayendo. Al día siguiente el sol de la mañana le mostró la tristeza de la primera derrota. A esa hora la princesa recibía de Malinot el cari cari.

Sin explicarse la causa de su derrota, Kaitü afrontó la segunda justa. Se trataba de medir la precisión con la flecha, el tiro al blanco móvil. Un ave se echó al aire y Malinot soltó su flecha, el pequeño pájaro cayó. Aunque no se le notaban heridas, estaba muerto. Al turno de Kaitü, el mismo Malinot propuso lanzar el ave, sacó de su imprescindible mochila un ave negra, la soltó al brioso viento. Kaitü apuntó, pero entonces, ante su vista se aparecieron uno y otro, y otro, y muchos pájaros negros. Al soltar la flecha no sabía a cuál derribar, sin poder tocar el ave, Kaitü gritó ¡De dónde salieron esos pájaros negros! Pero la risa de todos los presentes le demostró que sólo él había apreciado el sortilegio. Comprendió que la anciana del melón no había sido una casualidad. Este wayuú no era un ser natural, su nombre lo decía todo.

Les sigo contando, al tercer día una carrera a caballo los esperaba. Kaitü no tuvo una noche agradable, sueños de derrota se aparecían en su chinchorro. Por consejos de su madre, se bañó con chirrinchi bajo la luna. Había que espantar a los malos espíritus. Antes de amanecer fue a visitar a la ouutshii vecina de su rancho. Fue ella quien le contó que el wayuú de la mochila era un Epeyüi, uno de los hombres - tigres, hijo de Chama y de la maldad, el gran envidioso que se transforma. Por la piache supo del poder de su mochila y su rabo, el poder estaba allí.

Llegó la mañana y con ella la competencia. Los caballos parecían ansiosos, los lugareños apostaban, mientras la princesa se sobrecogía por la emoción y el temor de caer en los brazos de un ser al que ya temía. Iniciaron la carrera a galope ágil. !Jueey¡ Ese Epeyui no parecía mejor jinete, pero cuando Kaitü lo aventajó, sacó la magia de su mochila. Unas serpientes de colores detuvieron por un instante al caballo de Kaitü. Sólo la agilidad del jinete y del animal logró sortear, con un salto largo, el nudo de culebras. Miren lo que les digo, cuando tuvo al Epeyüi cerca, Kaitü pegó su caballo al de Malinot, entonces haló de su wushii. El Epeyüi sintió que de un solo tajo de cuchillo le habían cercenado el rabo. Perdía fuerzas, también su caballo. Kaitu tomó delantera, tanto que cuando llegó no se veía al impotente hombre - tigre. Tuvo tiempo para mostrar la cola de tigre y desenmascarar al falso washir, todos se enfurecieron y lo esperaban para castigarlo, pero nunca llegó. Se quedó en el camino rumiando su derrota y la pérdida de la fuente de sus prodigios.

Al regresar a casa y mientras gozaba con la esperanza de casarse con Coromoto, Kaitü se sorprendió al escuchar sobre un cují, un felino gruñido. Se alertó su caballo, vio entonces al tigre inmenso que irradiaba fuego en sus ojos. Espoleó su caballo hacía la huida. El tigre a zancadas furiosas lo seguía de cerca. Kaitü recordó las voces viejas que le hablaban del cerro Pou´utta, allí vive Maleiwa, sólo él lo podía ayudar. Apresuró su animal sintiendo los ronquidos a sus espaldas, corrió mucho. Imagínense, forzó a su caballo tanto que al llegar al pie del cerro su bestia desfalleció.

Escuchen esto, entonces divisó a un anciano que sembraba en una pequeña roza. El anciano vio la desesperación de Kaitü, elevó una semilla al sol y la arrojó al suelo. No sin asombro Kaitü notó cómo la planta comenzó a crecer vertiginosamente. El anciano le mostró la planta y él no dudó en montarse, ya era un árbol, crecía y crecía buscando las nubes.

No creerán ustedes, pero el tigre sacó de su mochila unas cuerdas que anudó al tronco del árbol y comenzó a subir persiguiendo a Kaitü. Éste lo vio subir ¿Cómo saldría de ésta? Trepó y trepó mirando, de vez en cuando, hacia su enemigo que subía. De repente el árbol dejó de crecer, la inquietud y el miedo hicieron pesada la respiración del joven. El tigre se acercaba, ya lo alcanzaba. Fue entonces que sintió una palmada sobre su hombro. Ya nada sorprendía a Kaitü, por que se habría desmayado al ver la linda doncella que recostada a una rama. Estaba circuida por miles de hilos multicolores, la majayu’ulü le dijo - estos hilos te ayudarán si tus caminos son el aire y tu destino la felicidad - Kaitü titubeó, pero la cercana presencia del tigre lo empujó al aparentemente frágil tendido de hilos. Comenzó a deslizarse y así llegó a tierra. Después escucharía, que la doncella era Waleker, la diosa de los tejidos, ¿Han oído hablar de ella?

Al pisar tierra Kaitü buscó con la mirada al anciano. No estaba allí, era el mismo Maleiwa. Encontró un hacha reluciente donde antes sembraba el anciano. Comprendió que debía tumbar el árbol y eliminar así al Epeyüi. Así lo hizo. Comenzó a hachar con todas sus fuerzas y todos sus deseos de venganza, hachó hasta ver caer el árbol. Cuando tocó suelo fue creciendo su tamaño y extendiendo sus ramas hacía Uchümuin. Dicen que aquella montaña, la serranía de Perijá, se formó del crecimiento de ese árbol. ¿El Epeyüi? Al caer se hizo trizas con el suelo. De sus fragmentos esparcidos nacieron otros tigres, claro ya no tienen poderes. La mochila regó su contenido de sortilegios que los caminantes encontraron y lo usan para hacer maldades a la gente. Por eso, es que ustedes ya no encuentran tigres por aquí, están allá en la serranía.

Así waré, que Kaitü se casó con la princesa, de ellos nacieron esos wayuú de cabellos claros y ojos de mar. Eso les he contado, mi palabra es verdadera y mi memoria fiel. Dame otro trago, waré.




















CHAMA

Este personaje se considera trasunto de la tradición europea traída por los misioneros. Se asemeja a la bruja de los cuentos maravillosos de los hermanos Grimm, Perrault y Andersen. Entre los wayuú se escucha la adaptación de la historia de Hanzel y Gretel al contexto cultural de esta etnia, en la que aparece Chama como la bruja malvada. Se dice que Chama es hija de Pulowi, se describe como una antropófaga anciana horripilante, de senos grandes y pelo enredado, cuyo rostro se afea con una horrible cicatriz. Suele a asustar a las niñas con su imagen, dicen que hace desaparecer a las doncellas y a los hombres apuestos. Le atrae las Majayu`ulüs (adolescentes) que están en encierro o blanqueo.

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GLOSARIO

AWA’ALAS: Estrellas fugaces, bólidos que presagian calamidades (Para efectos de pronunciación, cabe recordar que la “L” del Wayuunaiki se realiza con características vibrantes y laterales, es combinación de “L” y “R”).

CHO’OCHO: Variedad del pájaro carpintero cuyo canto es premonitorio

ISHO: Cardenal, animal agorero

KULAMIA: Doncella que en virtud de un sueño, revelación o promesa se condena a conservarse virgen de por vida.

KUTE’ENA:(Bursera simaruba) Árbol conocido como indio desnudo, según la mitología, era un wayuú de piel hermosa que se convirtió en árbol, con su corteza se bañan las doncellas para conservar la piel tersa.

MAJAYU’ULü: Majayura, doncella, mujer en edad núbil, señorita.

OUUTSHII: Piache, chaman, brujo curandero de los wayuú

PAIPAI: Hongo del cual se extrae un polvo carmelita que usan las mujeres para protegerse de los efectos del sol.

SEYUU: Virtud o energía que los espíritus conceden al piache, esencia de poder destinada a impulsar el bien y a luchar contra las enfermedades y maleficios.

UCHECHET: Ave conocida como reinita, su canto es barrunto de algún suceso

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Muy cerca a Tutshii, en una cueva oscura y calurosa vive Chama. Ella es hija de Pulowi, su fealdad no tiene límites, a ella le debo mi desgracia, y en parte, mi notoriedad. Desde niña oía hablar de ella a mi madre, mi abuela y mis tías cuando las acompañaba en sus oficios de cocina. Se que los hombres referían historias de ella en la enramada de la ranchería.

Desde niña le tuve miedo, creía como todas las niñas que cuando un remolino ponía a danzar a las arenas con las hojas secas, ella estaba cerca. No había travesía a los montes que no asomara su fea cara a nuestro recuerdo, dicen que le gusta robarse a las niñas tiernas.

Antes de toparme con Chama mi vida comenzó a cambiar. Fue desde esa noche que soñé que fumaba mucho, que hablaba palabras inentendibles, que sudaba y sudaba. Mi abuela fue la primera en saberlo. Al día siguiente noté que todos en casa comentaban el sueño con novedad inquietante. Poco después mi abuela tuvo un sueño revelador. Por esos mismos días tuve otra noche de pesadillas, desperté sudando a chorros y sacudía mis brazos frenéticamente - está pidiendo maracas - dijo mi mamá. Al comienzo no entendí, luego me lo hicieron saber: Los espíritus habían revelado en mí, que yo debería ser outshii. Estaba predestinada para recibir el poder sobre la naturaleza, a torcer sus designios, a enfrentarme a los Wanüluús y convivir con los yolujás.

Aprendí a interpretar el canto agorero del Uchechet, del Isho y del Cho’ocho, a descifrar los signos esplendentes de awa’alas, lo oscuro se iluminó en mi mente. Corrí los velos del misterio. Hurgué en los cajones de la naturaleza. También cuidaba mi cuerpo con cáscara de Kute’ena y mi rostro con paipai, bebía muchos brebajes, así conocí la salud escondida en las plantas.

Entre mis primeros sueños adivinatorios apareció Chama, ahí estaba de nuevo su recuerdo, supe que me acechaba con la furia de un huracán, veía su rostro en la arena y sentía su risa en el canto de las aves. Rodeaba mi rancho. Invoqué todo el poder de Seyuu, pedí fortaleza para mis amuletos y sosiego para mis temores.

Quiso el destino que enviaran una doncella a quien Chama trató de raptar, sus evanescencias malignas punzaban su carne y lloraba como enloquecida. El poder de los rezos y la fuerza del humo lograron sacarle ese efluvio del mal. Un día oscuro por los vientos lluviosos que venían del mar, la vi .Iba a auxiliar a un enfermo. Después supe que quien me había llevado tal razón, era ella misma convertida en niño. Sentí el azote del remolino y luego escuché sus pasos a mi espalda, era Chama, con sus dientes corvos, con esa cicatriz que le atraviesa de fealdad el rostro, con esos ojos hundidos hasta el fondo de la cabeza greñuda y despeinada.

Los pies me flaqueaban bajo la brisa fuerte que me envolvía. Su risa horadaba mis oídos. Sentí sus frías y huesudas manos sobre mi cabellera, pero grité con furia mis rezos. Pedí con frenesí fuerzas al Seyuu. No podía correr, tampoco llorar. Era el momento de hacerme mujer, con el impulso que nacía de mis entrañas y la esencia de los espíritus tomé unas de sus manos. Ella luchaba con igual fuerza. Vio tanta determinación en mí que gritó con más fuerza, la insulté a gritos y con todas mis ansias dejé caer en su mano el espeso amasijo de mi tabaco mascado. Noté en sus ojos la debilidad y en su mano el calor. Supe que la había derrotado cuando el remolino dejó de mecer mi cabello y la estela del arenal se alejó hacia lo alto. Chama se había ido. Ese hecho me rodeó de fama. Me sentí revitalizada en mi poder, mi magia se engrandeció, todos alabaron mis virtudes. Ya no conocía el miedo. Los antros calurosos de Pulowi habían sentido mi magia.

Pero Chama no sólo me dejó fama, me dejó también el desasosiego y la soledad. De noche siento los remolinos que rodean el rancho, las aves me anuncian que acecha con sus ojos sin luz, a veces se pierden las ollas y otras cosas de mi casa, los animales se inquietan. Pero aquí está mi palabra y mi tabaco esperando por ella. Ella lo sabe.

Chama se vengó de mí, cuando tuve tiempo para el amor, antes de que las arrugas cayeran a mi rostro, conocí a un wayuú de noble espíritu y manos fuertes. Fueron días en los que los sortilegios dieron paso al idilio. Conversamos mucho, yo reía como no lo hacía desde antes de los sueños. Dijo volver con sus animales para acompañarme por siempre, pero nunca volví a ver a Peeliyü. Se lo tragaron los caminos, nunca llegó a su casa. Chama se lo llevó a donde mis fuerzas no llegan, y con él se llevó mis esperanzas de un hogar, de un marido y de unos hijos que palien mi soledad. Mi abuela dice que estoy predestinada a ser una Ku`lamia, yo se que no fue el destino quien lo quiso, fue Chama, la mas cruel y fea de los espíritus del mal, culpable de mi fama y de mi desgracia Aún ronda por los ranchos y se le atribuyen muchas desapariciones.


























PULOWI I



Es un espectro multiforme y sobrenatural, su imagen más común es la de una mujer bella, de largos cabellos y cuerpo semidesnudo, que se transforma en una repulsiva anciana de rostro desfigurado y cadavérico. Puede aparecer como serpiente de varias cabezas, como res con cabeza humana, también se asocia con las lagartijas y las sirenas en las zonas costeras indígenas. Los mitos dan cuenta que fue mujer de Juyá pero ahora se odian, por lo que la presencia de Pulowi repele las lluvias. Representa la escasez, el hambre, el miedo. También se le llama Pulowi a los lugares encantados.

En la tradición latinoamericana aparecen varios seres equivalentes a la descripción inicial de Pulowi, tal es el caso de Ixtabay y Sinaguanaba en Guatemala, Ixtab entre los Mayas, la Sayona y aún entre los Lacandones aparecen referentes que coinciden.

GLOSARIO

AGUILILLAS: Caballos adiestrados en La Guajira que durante la colonización española distinguían a los wayuú por su rapidez. Fueron exportados luego hacia otros países.

MAPüA: (Cercidium preacox) Árbol de corteza verde

YONNA: Baile ritual, también llamado chichamaya. Se oficia para festejos, por petición del ouutshii o de los espíritus a través del sueño

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Entre los wayuú de Topia siempre se recordará a Mashay, el inquieto enamorado, gavilán al acecho de las más tiernas majayu’ulüs de las pampas. Mashay era el único hijo del cacique Cataure, el poseedor de los más imponentes caballos que pisaran las pampas guajiras, de los veloces agulillas de combate, dueño de incontables racimos de ganado vacuno y caprino, hombre merecedor de respeto y pleitesía en la región. Su debilidad: su hijo Mashay.

La opulencia de su padre y los rasgos finos que configuraban su atlética y apuesta estampa, eran motivos suficientes para cautivar, a vista prima, a cualquier nativa. Las dotes que podía ofrecer por la muchacha, eran ofrendas no dignas de rechazarse por parte de los parientes de las doncellas.

Su caballo Kasütai, enjaezado con los mas finos atuendos, hacia sentir su brioso corcoveo por los caminos de la Sabana, el amo y su sombrero campeaban los montes buscando mujeres que saciaran su sed carnal - ahí va el gavilán- a cuál muchacha se llevará hoy - se oía decir entre los wayuú.

Más de veinte doncellas lo tenían como esposo, cuál más bella. Recién salidas del encierro eran entregadas a Mashay por una considerable dote. Algunas lo hacían complacidas, él era el sueño de muchas niñas. Su sólo nombre hacia palpitar corazones núbiles. Otras; sollozantes, se imaginaban un futuro de soledad en el rancho, pues son efímeros los momentos felices si el esposo es tan errante como Juyá.

Después de llevarse la doncella, permanecía con ella durante uno o dos meses, para luego marcharse a la búsqueda de un nuevo amor que le incitaba su veleidad. Ellas se abandonaban a una vida solitaria de deseos reprimidos, de chinchorros inmensos; o al consuelo de soportar el embarazo con la esperanza de una compañía que con los años corriera por el patio como uno de los tantos hijos de Mashay.

En una de esas andanzas, Mashay tuvo que galopar a media noche. Había escuchado que en una ranchería un poco apartada, una linda majayu`ulü salía en esos días del encierro. Ese día se iniciaba la yonna de festejos y quería tantear a los futuros suegros. Cuando galopaba entretenido le pareció escuchar un tarareo cerca a un árbol de mapüa. Detuvo su caballo blanco y se acercó al árbol. Cuánta sorpresa para Mashay, una linda doncella, nunca revelada ante sus ojos, le ofrecía su desnudez y su larga cabellera incitándolo a seguirla. Mashay no pudo evitar la lujuria y se bajó del caballo. Ató la bestia al verde árbol, mientras ella lo llamaba a señas y caminaba sin pudor. El gavilán de las pampas no podía evitar tanta emoción, pensó que era una majayu’ulü que se iba a bañar al molino de viento cercano. Cuando estuvo cerca, la bella nativa de ojos negros le tendió su desnudez y Mashay se regaló al abrazo. Entonces la belleza se comenzó a fugar. El rostro de la joven se envejecía rápidamente, su cabello crepitaba encanecido, las arrugas se aparecían por todo su cuerpo mientras las uñas se prolongaban buscando la carne del rico galán, hincando su espalda, lancinante. Trató de separarse de ella pero era muy tarde. El gran enamorado, el gavilán de Cataure había sucumbido ante la engañosa belleza amiga de la noche y la soledad.



De él sólo se pudo encontrar el sombrero y el fiel Kasütai atado sudoroso al árbol. Sus esposas lo lloraron, su padre nunca se repuso de la desgracia. Todos dicen que Pulowi se lo llevó a su cueva, detrás del cerro. Esa noche se escucharon truenos pero no llovió. El árbol de mapüa aún ofrece su verdor, pero pocos se acercan a él. Ahí puede estar Pulowi.













PULOWI II



GLOSARIO

SüCHIIMA: Tierra del río. Nombre que los wayuú daban a Riohacha.

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Sobre la morena calma de la playa de Carrizal, se divisa la roída “lancha del llanto”. Los efectos del salitre cubren sus tablas, de tal manera que ya no se deja adivinar el color que le diera distinción mientras recorría el mar en faenas de pesca. Sólo el olor a pescado permanece atrapado, pese a los años, en su interior. También los secretos del mar que dejan escapar, de noche, unos alaridos capaces de asustar a cualquiera en este pueblo pesquero y de buceadores de perlas. Se trata de “La caracola” la rápida lancha del finado Chú Mengual. Es lo que queda de una pareja inseparable, amigos del viento y del mar. El uno, rompiendo el agua con el brioso empuje de su rapidez; el otro, paciente y astuto pescador, perlero de las profundidades azules.

Cuentan los pescadores de este pueblo wayuú, que a Chú “lo perdió la ambición”. Su único afán era acumular riqueza, sus jornadas de pesca se prolongaban por días. Nadie igualaba su paciencia y su tesón. Cuando prometía pescar un buen tiburón, no regresaba sin él. Cuando de sacarle al mar perlas y coralinas se trataba, se sumergía una y otra vez, sus pulmones parecían domeñar la profundidad. Sacó muchas perlas, muchos peces mordieron su anzuelo y se rindieron a su trasmallo.

Pero Chù guardaba el dinero de sus ventas sin complacer sus necesidades primarias. Sus hijos sufrían el azote del hambre, de la sed, de la desnudez, de las pestes. Su prioridad era reunir una gran cantidad de dinero para irse a vivir a Süchiima, a la ciudad, comprarse un carro y una nueva mujer, más joven y bonita que Sara. Para cumplir con sus propios designios era necesario mucho trabajo y poco gasto. Comía poco, vestía siempre con los mismos harapos y evitaba todo gasto no esencial. La misma disciplina era acatada a rabietas por sus hijos y su mujer.

De esta manera “La caracola” y su dueño iban y venían surcando el mar, buscando los bancos de peces, ignorando el tiempo y el descanso. La mayoría de pescadores temen trabajar a altas horas de la noche. Muchos cuentan relatos que tuvieron como protagonistas a uno de sus viejos. Pero Chú le negaba credibilidad - yo soy el único espanto del mar, sólo yo lo recorro de noche – decía.

Pasaban los días, el mar ofrece su riqueza todo el tiempo, Chú Mengual lo sabía. Abandonaba su rústico rancho de la playa, antes de entregarse a la faena, lavaba a “La caracola” para restarle efectos al salitre. De nuevo la pesca, bajo el sol, bajo la luna; el tiburón, el chucho, la sierra, el pulpo. Chú regresaba para que su mujer vendiera el producto de la pesca. De nuevo al mar, hacía falta dinero, quería un carro, quería la ciudad, para tenerla se necesitaba plata - es la única forma de ganar respeto – sostenía Chú.

Cuando los demás pescadores complacían sus ansias de asueto reunidos bajo la magia igniscente de las fogatas en la playa, poniendo risa a la noche y emoción a los corazones de los niños que se aglomeraban a escuchar sus relatos de mar, Chú se entregaba a la oscuridad acuosa para arrancarle parte de su riqueza, parte de su encanto. Fue una de esas noches de mucha brisa y poca claridad cuando Sara previno a Chú - anoche tuve un sueño que no es bueno, no salgas hoy - Pero Chú creyó que un sueño no era tan relevante como para cambiar la rutina de su trabajo.

Alentado por unos tragos de chirrinchi, empujó mar adentro a “La caracola,” su encuentro con el destino estaba señalado. Un destino promisorio en riqueza y vida citadina según Chú Mengual. Remó y remó hasta donde mar y noche se hermanan en abrazo, escogió el lugar de pesca, su trasmallo ya exploraba las aguas. Sólo quedaba esperar, y en eso Chú Mengual no tenía igual. Pasaron los minutos. Los peces no caían. Pasaban las horas, dos, tres y los peces parecían haber abandonado el mar. El trasmallo iba y retornaba vacío, no veía a los peces saltar de las aguas para bañarse de luz de luna. Ya Chú se inquietaba, aún más cuando “La caracola” comenzaba a mecerse por la brisa que se hacía fuerte. Nada de peces, mucha brisa. Esto no había pasado nunca en la vida del pescador de Carrizal - dónde carajo se fueron los peces - se preguntaba mientras perdía sosiego.

Entonces sintió que algo movía el trasmallo, se aferró a la lidia, debía ser un pez grande. Las aguas se agitaron bajo “La caracola”, la brisa arreciaba con furia. Sintió en esos momentos que algo parecía saltar del mar a sus espaldas. No soltó el trasmallo. Un nuevo rumor de aguas agitadas lo inquietó. Volteó a mirar y fue cuando la inquietud se hizo pánico. Allí estaba sentada, al extremo de la lancha, aún empapada, aún con el brillo de la humedad. Era una linda muchacha de ojos radiantes y lunas espejadas en su cuerpo. Sus cabellos se extendían hasta el torso desnudo, pero... no era una muchacha, sus pies... no tenía piernas sino una gran cola de pescado, radiante. Era Pulowi, estaba en su lancha, había llegado con la brisa, con la noche, con la ambición. Chú no sabía qué hacer. Tampoco qué decir. Sólo sabía que estaba muy asustado. La lancha era guiada por la brisa hacia el mar lejano, lejos de la playa, hacia la noche eterna. Al notar que no lograba controlar la lancha, comenzó a gritar temeroso. Sus gritos de angustia no podían ser escuchados por que ningún pescador se atrevió a desafiar el mar esa noche.

Los gritos quedaron atrapados en “La caracola”, la lancha que a la mañana siguiente fue encontrada a la deriva por los buceadores de perlas. Por eso se escuchan a muy altas horas de la noche, los lamentos de Chú Mengual, el ambicioso pescador. A su lancha regresa de noche, su espíritu, su yolujá a quejarse ante los demás pescadores y a prevenirlos de Pulowi. Y es que cuando se les daña la lancha saben que ella puede estar cerca y prefieren regresar a tierra firme. Pulowi está en todas partes.

























LA PIEDRA DEL DESTINO


Es una formación rocosa ubicada en Talüwanayuupana, Punta Espada, Alta Guajira. La cavidad presenta dos orificios, uno de entrada y otro de salida. Según los logros de la persona al atravesarla, se predice la duración de su existencia. Si logra atravesar su cuerpo totalmente, muchos años le depara la vida; en caso contrario, su muerte está próxima. Leyendas cuentan que en ella vivió Maleiwa, otras se refieren a ella como morada de Pulowi. La mitología narra que en este lugar Si`ichi (Guamacho) tuvo los gemelos Ulaapüle y Maayui, engendrados por Juyá (Lluvia) por medio de un rayo.


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GLOSARIO

CHIRRINCHI: Licor a base de caña de fabricación casera, también llamado por los Wayuú como yosh

JAYEECHI: Cantos propios de los wayuú, de carácter narrativo y épico. Cuentan los sucesos, gestas y misterios que ocurren en toda la región por lo que toman rasgos juglarescos. Se recita en velorios y fiestas, también como apólogos que cumplen con función didáctica para los jóvenes.

JAYEECHIMA´ANI: Recitador de Jayeechi, revestidos de notables condiciones y habilidades de narrador.

MALEIWA: Máxima deidad de los wayuú. Dioses creadores de todo lo que existe. El mito los presenta como dos mellizos hijos de juyá, que propiciaron la prolongación de la especie wayuú

PUUTCHIPü: Palabrero. Rol social de alto status en la comunidad. Es el mediador en los conflictos interclaniles Dotado de grandes condiciones de convicción y conciliación.

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Irpiana, el jayeechima´ani de Taparrajin, el gran fabulador, el de las historias increíbles y la memoria prodigiosa estaba frente a la piedra del destino en Talüwanayuupana. Era de los Sijuana. Ellos antes eran pobres, ahora tienen muchos animales en su corral. El Jayeechima´ani tuvo que ver con esto. Desde niño había escuchado historias asombrosas sobre la arcana piedra que como reloj cósmico medía con precisión la existencia de las personas.

Ahí estaba la roca negra cuyo misterio había servido de tema a muchos de sus relatos; pero, que nunca antes tuvo la oportunidad de conocer. Ahora estaba a sus pies. Se sentía inquieto e intrigado, apuró un trago de chirrinchi para tranquilizarse. Dicen que esa roca es un Pulowi. Otros dicen que allí vivió Maleiwa. Allí también se escuchan los truenos, es Pulowi que encolerizada ahuyenta a Juyá. Las lluvias se alejan entonces.

Irpiana recordó, mientras rodeaba de curiosidad la piedra, que muchos hablaban sobre la forma en que la piedra predecía los rumbos de la existencia humana. Si al entrar por el orificio, sale al otro extremo, su vida se prolongará por muchos años. Si en cambio, sólo cabe las piernas tendrá pocos años de vida. Si entra sólo la mitad del cuerpo, podrá disfrutar de medio año; si ni siquiera la cabeza logra pasar, puede comenzar a organizar sus funerales, la inexorable muerte ronda sobre su cabeza en esos instantes. Los designios de la piedra abarcan a todos por igual, gordos o flacos, pueden atascarse o atravesar si su destino es ése.

El jayeechima´ani siempre había querido medirse los años de vida, no pudo evitar la tentación de descifrar el misterio del tiempo. Luego de varios tragos y muchos rodeos, se quitó el sombrero y se inclinó para atravesar, si ese era su destino, el misterio rocoso de Talüwanayuupana. Introdujo su cabeza pero notó que la piedra se empequeñecía. Forcejeo jadeante. Sudaba a chorros. Embestía una y otra vez y sólo logró hacer sangrar su frente. Hubo nuevos intentos infructuosos que lograron cansarlo.

Resignado y con más tragos encima que los que acostumbraba, llegó a su casa en Taparrajín. No desensilló el burro. Se despidió de su mujer y cargó por última vez a sus tres hijos; dijo que pronto volvería, que iba a un sepelio, a cantar jayeechis. La verdad es que lo vieron muy triste, meciéndose embriagado en su montura, entonando un raro canto triste y deshilachado: el gran fabulador, el recitador de historias había decidido hacerse fábula, hacerse historia de la posteridad.

Esa tarde amarró su burro a un cují cercano a los rieles del tren del carbón. Bebió hasta matar la tristeza y la vigilia, se quedó dormido sobre los rieles. El tren pasaría puntual, una hora más tarde. Irpiana no estuvo despierto para la hora de su muerte, a la piedra del destino se le había facilitado el designio, decidió adelantársele a la muerte.

A los cuatro días Alejo, el Pütchipü de Taparrajin, llegaría a una elegante oficina de la capital, diciendo con voz aguda pero firme - señor, su tren mató a uno de nosotros - se inició así el cobro de los Sijuana para que los “dueños” del tren indemnizaran el dolor por la pérdida del jayeechima´ani.

Sólo unas semanas después, el yolujá de Irpiana, el del verbo ágil, el animador de velorios, miraría sonriente, desde los resquicios donde los wayuú muertos se asoman a vigilar a sus parientes vivos, cómo se estrenaban en el antes solitario corral de los Sijuana treinta vacas, cuarenta chivos y una yonna se ofrecía a su nombre.

Su velorio fue uno de los mas duraderos de la región, sus relatos fueron recordados y su vida se hizo tema de muchos jayeechis que victorearon al jayeechima’ani que se le adelantó a la muerte para ganarle a la pobreza de su familia. Por eso los Sijuana de Taparrajín hoy en día tienen muchos animales, todo se lo deben a Irpiana, y a la piedra del destino. Esta historia se escucha en los velorios, allí me la han contado.

1 comentario:

Venezolanaily!! dijo...

Queeee!!! Demasiado espectaculaaar!!! jeje bueno estoy estudiando teatro y me mandaron a investigar, y hacer un performance, con la leyenda de los yoluja... Estoy anonadada con tu blog... si me permites, tomaré prestado un relato para adaptarlo y presentarlo... pendiente!! besos!! Ana...